viernes, 6 de agosto de 2010

El mapa moral

Intro
No soy muy dado a los artículos reflexivos, simplemente porque mi pensamiento ha cambiado tanto a lo largo de mi vida, que no me fío mucho de mis propias opiniones. Intento además no tener opinión sobre todo, ya que me parece un esfuerzo algo estéril y cuyo mayor beneficio es construir una falsa ilusión de que tengo un reino propio de sabiduría. Hace años, en una película de Woody Allen alguien decía con acierto: "lo peor de las opiniones es que todo el mundo tiene una".
Vivo siempre la sensación de estar en transición hacia algún punto. Así ha sido siempre en mi vida y tiendo a pensar que seguirá ocurriendo de esa forma. He aprendido a vivir la ignorancia con cierta normalidad, la verdad. Sin embargo hoy, me he levantado muy venido arriba, con sensación de clarividencia cristalina sobre las cosas. Y desde esa posición de semideidad del conocimiento quería compartir una reflexión, sabiendo sin embargo que probablemente en unos años vea las cosas de otro modo.

Planteamiento
Somos víctimas de nuestro tiempo. Eso significa que en el tiempo que nos ha tocado vivir, el mundo está configurado a nuestro alrededor de una forma que nos moldea inconscientemente. Y cuando tenemos que afrontar situaciones y tomar decisiones en nuestra vida, nos vemos arrastrados en muchas ocasiones por tendencias e ideas que no hemos creado, en las que no nos ha educado nuestra familia, y que flotan en el ambiente y hemos integrado en nuestro ADN como si fueran nuestras. Las creemos con fe ciega y no concebimos el cosmos bajo otro prisma.
Ocurre en nuestra sociedad y ha ocurrido en todas desde el inicio de los tiempos.
Entre todas esas ideas en las que vivo sumergido sin darme cuenta, hay una de la que sí soy consciente. Algo que nuestro mundo no quiere, pero que tiene dentro sin darse cuenta. Algo contra lo que clama pero que utiliza inconscientemente. Se trata de la moral. Y esta alergia que la sociedad tiene desarrollada, la tenía yo impregnada en la piel como si fuera un tatuaje, como si de algo razonable se tratara. Ahora ha pasado el tiempo, y ese cuerpo extraño que mi organismo quería expulsar se ha convertido en algo necesario para su subsistencia.
Con solo mencionar la palabra "moral" a cualquiera se le viene a la cabeza la Iglesia Católica, en la boca nos invade un sabor rancio, de algo absolutamente caducado, en desuso. "¿La moral? eso es una herramienta de la Iglesia para controlar a las personas bajo el peso de la culpabilidad", podría contestar cualquier persona.
Si vamos al significado de esta palabra en nuestro idioma, encontramos esta acepción: "Ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia". Es decir, que la moral trata de distinguir lo que está bien y lo que está mal, de ser un faro para nuestras acciones. ¿Y por qué alguien tiene que decirme a mí lo que tengo que hacer?
Si ponemos la televisión, es muy común encontrarse con un debate en el que alguien de repente grita: "¡¡Yo hago lo que me da la gana!!" o "¡¡que cada uno haga lo que quiera con su vida!!". Y a continuación, como impulsados por un resorte, el público rompe en aplausos y aclamaciones.
Como aficcionado al cine he leído hasta la saciedad críticas en las que se habla con rechazo de las películas moralistas, es decir, las que intentan decirnos que hay cosas que están bien y cosas que están mal.
Al hombre de hoy no le gusta que nadie le diga si sus acciones están bien o mal, y por eso la Iglesia es tan "incómoda" y genera tanto "rechazo", porque parece un grupo de gente que nos dice qué podemos y qué no podemos hacer.
En definitiva, parece claro que vivimos en un clima en el que la existencia de una estructura moral produce incomodez, inquietud, sensación de ahogo.

Todos tenemos uno ¿cómo lo construimos?
Sin embargo, hasta la persona que rechace todo sistema moral, tiene el suyo propio. Todos y cada uno desarrollamos nuestro propio código moral, en el que definimos lo que está bien o mal. Lo vamos construyendo a lo largo de nuestra vida, de forma más o menos consciente.
De esta forma hay sistemas morales que son firmes o débiles, claros o difusos.
El sistema moral que impera en nuestra sociedad es débil y difuso, porque puede obviarse si no nos conviene, o si nadie se entera y porque es cambiante por naturaleza. Pero su característica principal es que se enmascara a sí mismo. Es decir: su máxima principal es proclamar, como arrastrado por un alarde de tolerancia mal entendida, que no hay un sistema moral general, sino que cada uno hace el suyo, que el bien y el mal depende de cada uno, y son por tanto relativos. Este rechazo de código moral general es un código moral en sí mismo, porque establece que esa es la forma buena de pensar, y cualquier otra es incorrecta y nociva. Una paradoja que pasa generalmente desapercibida: se intenta erigir en código moral general diciendo que no existen códigos morales generales.
En este caldo de cultivo, ante la renuncia de unos puntos de referencia claros, todos vamos desarrollando un sentido del bien y el mal, guiados por cosas cambiantes, confusas, y nos vamos encontrando ideas qué van tomando fuerza:
- si está aprobado por ley es bueno
- si la mayoría lo opina está bien
- si es posible científicamente es bueno
- si persigue un fin bueno, está bien
Así mismo, cada vez vamos encontrando más personas que utilizan estos criterios en su propio sistema moral:
- lo que me produzca beneficio, está bien
- lo que me produzca placer o bienestar, está bien
- si me apetece, está bien ¿por qué me tengo que contener?

Yendo algo más allá, vemos que cada vez hay más acciones que directamente no clasificamos, con lo que si tenemos que afrontarlas, lo haremos en función de lo que nos convenga o apetezca en ese momento.

Bajo este prisma moral, en principio podríamos decir en general: "engañar a mi marido o a mi mujer está mal". Pero luego, casi sin darnos cuenta, sentimos atracción por alguien que hemos conocido. Y todo comienza a volverse confuso. "Si nadie se entera ni se va a enterar. No voy a hacer mal a nadie ¿está entonces mal?". "Si es que lo necesito ¿qué hay de malo en ello?" "¿Y si...?".

¿Pero para qué sirve?
Tener un sentido moral de las acciones es tener un mapa, y eso es lo que cada hombre intenta, de forma más o menos consciente al ir elaborando el suyo.
Pero el que tiene un mapa es porque quiere ir a algún sitio. ¿Y cuál es ese sitio? ¿a dónde quiero dirigir mi vida? Creo no estar equivocado al pensar que todos podríamos responder que buscamos la felicidad. Y esa es precisamente la función universal de tener una moral como referencia: la de ser un mapa en nuestra vida para llegar a ser felices.
Pero ¿de qué sirve un mapa que no tenga indicaciones claras? ¿que sea confuso?
¿De qué sirve un mapa para ir a un sitio si cada día puede cambiar?
Sería por tanto deseable tener un mapa de vida claro, seguro y firme. En el que podamos confiar y en el que nos podamos apoyar en los momentos de duda.
Pensemos en un hombre que tiene profundamente arraigado que el concepto de matar a otro ser humano está mal. Si un día ese hombre encuentra que alguien ha violado a su hija, puede sentir la normal tentación de eliminar esa existencia que ha causado tanto sufrimiento a quien tanto quiere. Puede pensar que así evita que otros lo sufran y puede hasta pensar que matando a ese monstruo contribuye al equilibrio del universo. Pero la idea de que matar a otro está mal, si es firme, le disuadirá de hacer esto.

Tener una estructura moral clara, estable y arraigada no es solo bueno para nosotros, sino que repercute en la sociedad. Ya que poco a poco, y teniendo en cuenta un grado de incongruencia y debilidad que no podremos evitar porque están inscritas en nuestra naturaleza, nos transformaremos en personas claras, sencillas y confiables.

¡¡ Quiero uno !!
Como un niño que insistentemente le pide a sus padres un perrito: "¡quiero uno! ¡quiero uno!"
Así nos podemos sentir cuando caemos en la cuenta de la importancia que esto puede tener en nuestras vidas. ¿pero no es poco adecuado hablar del sistema moral como de una mascota? No se si es adecuado pero verlo así puede ser útil. A una mascota le dedicamos tiempo, la cuidamos, la alimentamos y establecemos un lazo fuerte con ella.
De esta forma, de todas las cosas a las que dedicamos esfuerzo y tiempo, esta debería ser una de ellas. ¿Y cómo podemos hacerlo? ¿quién nos puede ayudar?
Es difícil mirando a nuestro alrededor encontrar referentes que nos inspiren y ayuden en esta tarea, cuando todo lo que vemos y respiramos coopera para lo contrario. Aunque podamos pensar que no será para tanto, fijémonos sin embargo en el modelo de juventud que hemos diseñado y que muchos hemos vivido:
una vez que entramos en la adolescencia, nos centramos bajo la bendición social en divertirnos al máximo, poniendo el mundo a nuestros pies. Ofreciéndonos a nosotros mismos toda la realidad con tal intensidad que sentimos que la energía del universo fluye de fuera hacia dentro de nosotros. Esa intensidad se potencia al máximo al existir a nuestro alrededor numerosos vehículos para hacerlo y al ser un tiempo en el que no se tienen casi responsabilidades. Nos ponen herramientas en las manos para convertir nuestra existencia en una búsqueda de diversión y placer. Luego va pasando el tiempo, y aunque intentemos alargar esta fase al máximo, llegamos a un punto en nuestra vida en que se tiene que dar la entrega por el otro (matrimonio, paternidad, cuidado de un familiar enfermo). Y nos vemos incapaces, nos resulta contradictorio con la estructura moral que hemos construido. Y el hombre actual entra en una batalla en la que siente que está luchando contra su propia naturaleza.
¿De dónde podemos extraer un modelo de estructura moral que sea válido para nosotros? Los cristianos elegimos a la Iglesia como maestra y guía para construir una estructura moral, poco a poco, en nuestra vida. Porque consideramos que la experiencia y sabiduría recogidas de todas las sociedades sobre la tierra y a través de más de 20 siglos nos proporciona una estructura moral sólida. Un mapa claro y seguro con el que caminar, en el que se fomenta el perdón y se propicia el amor y la entrega por el otro.
El cristiano es tan débil como cualquier otro ser humano, y puede cometer los mismos errores, pero camina siempre con una mano tendida, con una roca donde apoyarse, incluso para levantarse si ha caído.
Nada de esto puede ser considerado malo, por muy volátil y cambiante que sea tu código moral. Al contrario, es algo muy bueno poder vivir así.
No se trata de una herramienta de represión y control, se trata de una brújula universal y válida para todo hombre, que nos sirve de ayuda para alcanzar la felicidad y la paz.
El tener un mapa muy bueno no implica que no nos podamos perder, pero nos ayudará enormemente a encontrar nuestro destino. Y sería una necedad no buscar el mejor mapa que podamos encontrar.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho, Pelícano, esta entrada que publicas, porque hablas con mucha claridad y sencillez de un tema que nosotros los cristianos católicos entendemos, pero que seguramente para los no creyentes es algo ajeno y que resulta difícil de comprender. Sin embargo creo que lo explicas de una forma tan cristalina que parece lógico incluso tratando de ponerse en la mente de alguien a quien todo esto le puede sonar más raro. Por eso, una vez más, me gustaría que más gente leyera lo que escribes, no solo los que tenemos las mismas creencias que tú, sino también los que no las tienen, porque creo que les ayudaría, les aportaría algo positivo, o al menos, resultaría enriquecedor para todos conocer la opinión sobre este asunto de las personas no creyentes. Os animo a comentarlo.

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