domingo, 30 de abril de 2017

El parásito más antiguo

Nuestra sociedad es una constante invitación a la sexualidad para los más jóvenes, mostrando un mundo de diversión y placer que resulta difícil de rechazar para unos jóvenes que están todavía formando su personalidad. Respiran un aire en que la satisfacción del estímulo es cada vez más inmediata, en que la palabra responsabilidad aún no ha tomado formas muy concretas y en que la diferencia entre el bien y el mal cada vez es más borrosa.
En dicho clima proliferan cada vez más las relaciones entre adolescentes que se deslizan en el terreno de la sexualidad de forma natural como una actividad más de diversión y placer, y es muy habitual que el chico presione pronto de alguna forma a la chica para mantener relaciones sexuales. El argumento que más percute en la mente femenina es: "Si no lo haces es que no me quieres".
Me ha llamado la atención descubrir que esta misma situación se ha vivido generación tras generación. Y sobre todo me ha impresionado que el argumento utilizado por los adolescentes ha permanecido intacto por muchas generaciones.
Durante muchos años pensé que el argumento "lo que pasa es que no me quieres" se había extendido más bien en las últimas décadas. No soy ingenuo, y sé que el hombre y la mujer conviven con el impulso sexual de manera diferente, y desde que existimos el chico siempre ha sucumbido con más facilidad y por tanto ha tenido más tendencia a presionar a la chica para mantener relaciones. Sin embargo pensaba que el catálogo de argumentos se había ido adaptando a los diferentes valores imperantes en la sociedad.
Pero lo cierto es que aunque en nuestra sociedad actual los jóvenes no reciben casi nada a lo que agarrarse para aprender el sentido de la espera, el argumento ha permanecido intacto.

Descubrí este hecho inter-generacional cuando vi la curiosa película "Tuyos, míos, nuestros" (1968).
Se trata de una comedia americana de los 60 en la que un hombre y una mujer, ambos viudos y padres de 10 y 8 hijos respectivamente se enamoran, se casan y forman de golpe una nueva familia hiper-numerosa. En su nueva situación van haciendo frente a la vida y la sociedad de su tiempo, no tan diferente de la nuestra.
El caso es que una de las hijas se ve con un chico que comienza poco a poco a plantearle la posibilidad de tener relaciones sexuales. Ella se mantiene firme en su negativa, pero la insistencia va debilitando su postura, y en los momentos de mayor duda decide plantearle la situación a su nuevo padrastro con estas palabras:
«Larry dice que ya no me va a hablar a menos que ‘madure’. Dice que estoy siendo ridícula y que no lo amo. Pero sí lo amo. ¿Soy ridícula? ¿Estoy chapada a la antigua?”
Por supuesto, el tal Larry, en una sola frase, hace un hábil paralelismo entre maduración y relación sexual. Si no tienes relaciones conmigo es que no eres madura, y como ya tienes edad para ser madura y no lo eres, la conclusión es que, o bien "estás siendo ridícula", o bien "no me amas", o ambas cosas.
Como observaréis, casi las mismas palabras de hoy.
Es verdad que hoy en día esa presión no es tan necesaria en algunas parejas adolescentes, ya que muchas chicas aceptan de buen grado tener relaciones al poco de conocerse, pero se sigue replicando en gran número la situación planteada, como no podía ser de otra forma al estar inscrito en nuestras respectivas biologías.
La respuesta del Frank, el padrastro, todavía me sorprendió más, y he tenido que subirla de inmediato a mi pódium de respuestas a cuestiones de sexualidad para jóvenes:
“Los mismos idiotas pasaban el mismo rumor (que si no te acostabas con alguien estás chapado a la antigua) cuando yo tenía tu edad. Si todas las chicas lo hacen, ¿cómo es que me casé dos veces con una que no lo hizo? Yo tengo un mensaje para Larry. Tienes que contarle de qué se trata todo esto realmente. Si quieres saber lo que es el amor, mira a tu alrededor. Mira a tu madre. Es dar a luz, donar vida es lo que cuenta. Hasta que no estés lista para eso, todas las veces anteriores van a ser un fraude. La vida está en el amor y el amor está en lavar los platos, en ir al dentista, al zapatero, y polenta en vez de carne para poder comer todos. Y te digo aún más. Irte a la cama no te prueba que el hombre está enamorado de ti. Es levantarte al lado de él todas las mañanas y enfrentar todas las cargas, las miserias del día a día. Eso es lo que cuenta»
Esta genial respuesta no solo rezuma verdad en cada sílaba pronunciada, sino que demuestra que la datación arqueológica de este argumento de presión adolescente se remonta aún más en la historia. No solo los adolescentes de 1968 enfrentaban esta situación, sino también sus padres lo hicieron, probablemente 25 años antes... Hablamos ya de 1943.
Habiendo volado totalmente mis defensas, pienso que lo más probable es que esto se remonte mucho más atrás en la historia. Parece como si este argumento fuese una pequeña sanguijuela inmortal que intentara una y otra vez absorber la verdadera esencia de la sexualidad en ese momento concreto. Año tras año, cerebro a cerebro.

Vivir la sexualidad como expresión perfecta del amor que une al hombre y la mujer en cada situación de la vida (lo que viene siendo la castidad), es una tarea que requerirá siempre aunar nuestra biología, sentimiento, inteligencia y voluntad. Cada vez que conseguimos un equilibrio perfecto entre todo ello, estamos componiendo una nueva nota de una sinfonía perfecta que estamos llamados a dirigir durante toda una vida.
Y por ello merece la pena luchar para que este parásito de edad ancestral no se instale en el cerebro juvenil oscureciendo así el camino iluminado de amor que debieran recorrer.