miércoles, 31 de octubre de 2018

Hoy me apetece un té


Hoy madrugué para ir al trabajo y me sentí raro. No era malestar ni confusión, sino más bien una especie de claridad mental.
Durante la primera media hora no conseguía identificar esa extraña sensación, pero luego lo tuve claro: me siento como un literato inglés de principios del siglo XX.

Llevo ya un rato y no hay duda: son las claras sensaciones de un maduro profesor que toma el té en su despacho de la Universidad de Oxford, mientras observa pausado la lluvia sobre el prado en el exterior. Esa sensación de no tener prisa, de que el tiempo está casi parado mientras se asimila una lectura con intensidad y se toman notas.

C.S.Lewis
Apenas he pensado cual podría ser el motivo, enseguida me he dado cuenta. Ayer ocurrió un hecho que identificó mi ocupada y despistada vida con la de un tranquilo escritor que levanta catedrales de robusto y delicado pensamiento.

Intentaré explicarlo sin parecer presuntuoso:
En mi mente hay dos tipos de pensamientos: los de las tareas diarias o asuntos que tengo entre manos, y los que tratan temas de importancia pero desconectados de la realidad cotidiana. En torno a estos últimos avanzo de forma cíclica, intermitente y lenta. Reduciendo el cerco lentamente, como el cazador paciente sobre una presa. Intento no apresurarme para no hallar conclusiones apresuradas.

Este pensamiento en espiral inexorable a veces se dilata por varios años, por lo que cristalizar una conclusión o enunciado en precisas palabras es algo que ocurre muy de cuando en cuando. Casi de forma excepcional. Aunque discurra con nitidez y tenga claros los pensamientos sobre un asunto concreto, sintetizar la esencia en unas pocas palabras es algo que no tiene por qué ocurrir. Así que cuando se da, es como crear una pieza artística, un objeto delicado y de gran valor. Intento conservarlo y recordarlo, aunque mi despistada mente haya diluido muchos de ellos con el tiempo.

El caso es que hace apenas un mes emergió con claridad a la superficie uno de esas frases, de pocas palabras pero que expresaba con precisión un pensamiento sobre una experiencia de largos años.
Cuando uno piensa sobre la realidad de Dios y el misterio de su relación con nosotros, se topa con el interrogante del sufrimiento y el sentido de la existencia. El sedimento de la experiencia ha ido conformando un pensamiento que finalmente tomó forma concreta hace unos días. Se trata de una frase sencilla y que a muchos puede decepcionar, pero a la que pongo un sello de autenticidad vital:
"Dios no quiere mi bienestar. Quiere mi salvación"
No es mejor que las frases que otros dicen a diario, pero para mí tiene implicaciones importantes.
Con esta frase aún caliente, vi anoche la película "Tierras de penumbra", que narra un fragmento en la vida del gran escritor C.S.Lewis. El filme gira en torno al sufrimiento, a Dios y un posible sentido de todo ello. Lo curioso es que este profesor de la universitario también había cristalizado su pensamiento sobre el tema en un conjunto de palabras precisas. En numerosas ocasiones lo expresaba así:
"No creo que Dios quiera exactamente que seamos felices. Quiere que seamos capaces de amar y ser amados. Que maduremos"

Puede que su pensamiento sea más preciso que el mío, pero ambos expresan una realidad parecida que me sorprendió escuchar. En un instante me vi automáticamente transportado a un pub inglés de época, rodeado de mentes reflexivas que conversan sobre la condición humana, el bien y el mal, la libertad y la existencia de la verdad.
Así que hoy me siento como un literato inglés, y hasta camino de forma diferente. Esta mañana no tomé el tren con cotidianidad insípida, sino con cierta grandeza. Hoy no me apetece el café de la mañana en el trabajo, creo que pediré un té con el periódico del día. Además, aunque la genialidad de C.S.Lewis sea muy superior a la mía, mi frase es más corta, así que le gano en capacidad de síntesis. Y no todos los días se vence a una leyenda inmortal del pensamiento.