lunes, 17 de enero de 2011

El camino nuevo tras la Navidad

Para algunos la Navidad es un tiempo muy especial. Para otros no se distingue de cualquier otro. Y para un tercer grupo de personas es un tiempo hipócrita, triste o que genera rechazo. Es curioso que a nadie deja indiferente.
Ahora que ha pasado, podemos preguntarnos si realmente ha significado algo o si tal como llegó se ha esfumado como el humo que no se puede tocar. ¿Pero es que debería haber sentido algo? ¿Qué es la Navidad realmente?
Cuando los magos de oriente siguieron su estrella en el cielo, buscando al nuevo rey fueron a ver a Herodes, el gobernador de aquella región. Este, presa del miedo ante la posibilidad de perder su poder ante un nuevo rey profetizado, les encargó volver en cuanto le hubieran encontrado. Su obsesión era averiguar dónde se encontraba para poder acabar con su vida.
Tras el encuentro con el niño Dios, aquellos magos emprendieron un camino de vuelta diferente para no encontrarse con Herodes. Un camino nuevo.
San Agustín hablaba de que este camino se da en todos los hombres. Traemos un camino para encontrarnos con Dios, y tras el encuentro el camino de vuelta es diferente. Porque el encuentro nos ha cambiado.
Distinguir la huella de la Navidad en nuestra vida es ver si cuando esta acaba retomamos el mismo camino que traíamos o si de alguna forma el camino es diferente.

La fuerza que nos trae el hecho de la Navidad es brutal, pero la costumbre y la forma de vivirla que se da en nuestra sociedad han hecho que todo quede reducido a los buenos sentimientos, las comidas y los regalos.
Nuestro actual papa Benedicto XVI ha escrito ya tres libros junto al periodista Peter Seewald, con el dinámico formato de entrevista. Hay uno en concreto, de título "Dios y El Mundo", en el que se le pregunta acerca de la Navidad. Y creo que la respuesta transmite el significado de una forma tan novedosa como clara:
Peter Seewald: Es curioso: Dios, el Todopoderoso, escogió como lugar de aparición en la tierra lo más pequeño, un establo miserable de Belén. Y la Iglesia argumenta: "Todo es tan increíble y paradójico, que sólo por eso tiene que ser verdad".
BXVI: Como es lógico, esta sola argumentación no bastaría como criterio de verdad. Pero, en realidad, la elección de lo humilde caracteriza la historia de Dios con el ser humano.
Esta característica la vemos perfectamente en el escenario de la actuación divina, la tierra, esa mota de polvo perdida en el universo; en que dentro de ella, Israel, un pueblo prácticamente sin poder, se convierte en el pilar de su historia; en que Nazaret, otro lugar completamente desconocido, se convierte en su patria; en que el Hijo de Dios nace finalmente en Belén, fuera del pueblo, en un establo. Todo esto muestra una linea.
Dios coloca toda su medida, el amor, frente al orgullo humano. Este es en el fondo el núcleo, el contenido original de todos los pecados, es decir, del querer erigirse uno mismo en Dios. El amor, por el contrario, es algo que no se eleva, sino que desciende. El amor muestra que el auténtico ascenso consiste precisamente en descender. Que llegamos a lo alto cuando bajamos, cuando nos volvemos sencillos, cuando nos inclinamos hacia los pobres, hacia los humildes.
Dios se empequeñece para volver a situar a las personas hinchadas en su justa medida. Vista así, la ley de la pequeñez es un modelo fundamental de la actuación divina. Dicha ley nos permite atisbar la esencia de Dios y también la nuestra. En este sentido encierra una enorme lógica y se convierte en una referencia a la verdad.


Peter Seewald: Lo que sucedió con este acto, sentenció una vez el obispo alemán Rudolf Graber, "es infinitamente superior a la cración del mundo". Nunca había sucedido nada más grande, ni sucedería: "Porque el hecho de que el Hijo de Dios, la segunda persona divina, se disponga ahacerse hombre en esta pequeña y diminuta tierra, lo supera sencillamente todo".


BXVI: En efecto, es una pieza instructiva muy importante para calibrar correctamente el concepto de lo grande y de lo pequeño. A juzgar por sus dimensiones materiales, la creación del mundo nos parece infinita. A su lado, este pequeño acontecimiento de Belén, que al principio los historiadores pasaron por alto, en realidad no merece siquiera una mención.
Si se tratara de dimensiones cuantitativas, una cosa sería absolutamente grande y otra lo absolutamente pequeño.
Pero si vemos que un único corazón humano costituye una nueva magnitud frente a la vastedad del cosmos, como lo formuló Pascal, entonces comprendemos que el hecho de que Dios se convierta en una persona, que Aquel que es el Creador, el eterno Logos, se encarne en un ser humano, hasta el punto de convertirse en una persona, es un acontecimiento de una magnitud completamente distinta. El propio Dios viene al mundo y se hace hombre. Con esto se abre una dimensión frente a la cual las dimensiones materiales, aparentemente infinitas, representan una magnitud de índole notablemente inferior.

Esta explicación me ofrece un punto de vista que nunca había contemplado: si pensamos que todo lo que existe tiene su origen y se sostiene en Dios, desde la complejidad de lo microscópico hasta la inmensidad de galaxias y galaxias, nos encontramos con una idea difícil de abarcar. De hecho, el proceso de la creación todavía continua, y cada pequeño acto de creación es grandioso en sí mismo. Lo vemos con cada nuevo ser humano: algo que en un instante no existía y al siguiente comienza a existir.
Si ahora pensamos que ese Dios de la inabarcable creación se se reduce hasta un pequeño punto. Que converge en un pequeño ser humano, y dentro de lo humano en lo más humilde, nos chocamos con una idea tan inabarcable como la anterior.
Y eso es lo que recordamos en la Navidad. Desde que la primera luz en el universo comenzó a emitir su fulgor en medio de la nada no había ocurrido nada más impresionante, inconcebible y sorprendente.

1 comentario:

  1. Realmente es increíble que nada más y nada menos que el mismísimo Dios se haya hecho hombre y haya descendido hasta el punto de encarnarse en un ser humano que vino a nacer de la forma más humilde en un establo perdido de un pueblo perdido. Y todo para salvarnos. Me hace pensar otra vez en lo inmenso que debe ser el amor que Dios nos tiene, tanto que mi limitada mente humana es incapaz de comprenderlo en toda su dimensión. Y me recuerda la cita evangélica: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que todo el que crea en él no muera sino que tenga vida eterna". Ojalá nunca olvidemos esta esencia de la Navidad.

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